martes, 12 de agosto de 2014

El Murcielago - Vals - Strauss (2002)

El Murcielago - Vals - Strauss (2002)

   Johann Strauss, compositor austriaco, pone música a una opereta cómica de 3 actos, cuyo libreto es alemán. 



   El primer acto transcurre en la casa del señor de Eisenstein . Adele, la criada, ha obtenido de su hermana Ida, que es bailarina de ballet, una invitación a un baile en el palacio del príncipe ruso Orlowsky. Por lo tanto, no sólo tiene que inventar ante Rosalinde la excusa de que debe cuidar por la noche a una tía enferma, sino que debe sustraerle un hermoso vestido a su ama. Sorprendentemente, Rosalinde concede la autorización solicitada, con más prontitud que de costumbre. Su esposo, el señor von Eisenstein, debe presentarse esa noche en la prisión para cumplir una leve condena por ofensas a la autoridad. En la calle se oye la victoriosa voz de tenor del cantante de ópera Alfred, su antiguo admirador, que le canta una serenata. Eisenstein está furioso porque un descuido de su abogado, el doctor Blind, lo obliga a cumplir el castigo, pero su humor mejora visiblemente cuando el notario, el doctor Falke, su amigo y compañero de numerosas aventuras, va a invitarlo a la fiesta de Orlowsky. Eisenstein se viste de gala, lo que no deja de sorprender a Rosalinde. ¿De frac a la prisión? Eisenstein se despide con ternura, aunque muy distraído, de su esposa, que a causa del canto de Alfred en la calle tampoco está demasiado atenta.

Sospechosamente alegre, Eisenstein se dirige a la prisión. Aunque sin imaginar que será la víctima, pues Falke, a quien una vez, después de un baile de máscaras, hizo volver a casa disfrazado de murciélago en pleno día, ha tramado un plan para vengarse. Apenas se ha ido el señor de la casa, entra Alfred. El cantante, que desde hace años echa los tejos a Rosalinde, aunque con escaso éxito, comienza a ponerse cómodo en la casa de Eisenstein, a pesar de las protestas, no muy enérgicas, de la mujer. Beben tranquilamente mientras entonan la canción que tanto por el texto como por la melodía se ha vuelto casi proverbial: «Dichoso quien olvida lo que no se puede cambiar...».

El idilio es interrumpido un poco bruscamente. Llega Frank, el director de la prisión, para poner personalmente entre rejas a su ilustre huésped, el señor von Eisenstein. Lo encuentra arrullándose con su esposa, pues tiene que ser aquel hombre, ¿quién otro podría a tales horas...? Alfred vacila un instante, pero no puede comprometer a Rosalinde. Se deja llevar a la prisión, no sin despedirse con afectuosos besos de su esposa.

En el acto segundo aparece la fiesta del príncipe Orlowsky, cuyos principios pseudoliberales están acertadamente caracterizados en su canción «Chacun a son goüt». Todos lo pasan estupendamente menos él, que a pesar de sus riquezas o tal vez a causa de ellas vive en constante aburrimiento. Sin embargo, Falke le ha prometido para esa noche una agradable sorpresa. Le presentan a cierto marqués llamado Renard, que no es otro que Eisenstein. Se encuentra con una bella mujer que podría confundirse con su criada Adele y que además parece llevar un vestido de su esposa. Pero cuando le dice lo que piensa sufre un vergonzoso desaire, pues la joven lo pone en evidencia delante de todos los invitados con una canción burlona, ¡Mi señor marqués, un hombre como vos debería entenderlo mejor!

Inmediatamente después, la atención del marqués pasa de la supuesta Adele a una condesa húngara, que va enmascarada y a la que Falke le presenta con grandes elogios. Su vieja sangre de aventurero comienza a hervir. Cree que podrá conquistarla con la ayuda de un pequeño reloj con cuyo segundero quiere contar los latidos de su corazón; pero la «condesa» no sucumbe a sus artes de seductor, al contrario: antes de que se dé cuenta, se apropia del reloj. Entonces la «condesa» lo invita, ante la expectación de los presentes, a una czarda, un baile húngaro. La fiesta se acerca a su punto culminante. Llega un nuevo invitado, el «caballero» Chagrín, bajo cuyo nom de guerre se oculta Frank, el director de la prisión. Su encuentro con el marqués de Renard pone de manifiesto que ninguno de los dos habla más de cinco palabras en francés, pero este impedimento no puede turbar la creciente simpatía entre ambos. Bailan con la mayor alegría uno de los más espléndidos valses de Strauss. Incluso beben por la amistad, se abrazan y cuando la fiesta llega a su imprevisto final (son las seis de la madrugada), prometen volver a verse pronto. En medio del alboroto de la fiesta no sospechan con cuánta rapidez y en qué circunstancias lo harán.

El acto tercero transcurre en la prisión. Frosch, el carcelero, ha bebido, en ausencia de su jefe, más de lo que puede soportar. Frank regresa del baile y tampoco se tiene muy firme; quisiera dormir un poco en su despacho, pero la prisión comienza a animarse. Primero aparece Adele, que ha averiguado quién es el señor que le ha prometido ayudarla en la carrera artística con que sueña; Con un aria convence a Frank de su talento. Luego aparece el marqués. Gran escena de saludos. Confesiones mutuas que provocan carcajadas: ¿Frank no es «caballero», sino director de la prisión? Eso puede pasar. Pero ¿es Eisenstein el marqués? No, ¡eso es ir demasiado lejos! ¡El nuevo amigo inventa cosas increíbles! Pues Eisenstein está encerrado desde primeras horas de la noche. ¿Encerrado? ¿Dónde? En una celda. Frank en persona lo detuvo antes de ir a la fiesta y lo llevó allí. Eisenstein estalla en carcajadas, pero cuando conoce las circunstancias, se queda perplejo. Entonces llega Rosalinde. Quiere divorciarse de un esposo que se entusiasma con tanta facilidad por las bellezas desconocidas. Eisenstein protesta. Pero Rosalinde saca el pequeño reloj del bolsillo. Ella era la condesa húngara. Gran escena, pero por suerte ambos esposos tienen algo que perdonarse mutuamente. Ello permite que todo termine bien, la venganza del murciélago ha dado ocasión a una entretenida comedia.


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